Por: Mar pizarro García
Representante a la cámara | Colombia humana

En Colombia hablar de apuestas ya no es hablar de un vicio escondido: es hablar de un negocio que se instaló en nuestra vida cotidiana. ¿Cuántas veces al día ves publicidad de apuestas? ¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que hiciste una? Cada vez más jóvenes pueden responder esas preguntas con una naturalidad que debería inquietarnos.
Aunque el sistema de salud sigue sin consolidar cifras oficiales, un análisis de la Universidad Nacional reveló que entre un 6% y un 9% de jóvenes manifiestan señales asociadas a juego patológico. Eso significa que en casi cualquier colegio o universidad, un grupo nada despreciable ya muestra comportamientos de riesgo.
Las apuestas se dispararon de manera exponencial. Entre 2021 y 2023 la cantidad de dinero que se apuesta en juegos en línea se duplicó. A pesar de ese tamaño, solo este año el Estado logró imponerles un impuesto al consumo mediante un decreto especial, después de múltiples obstáculos políticos que impidieron regular de verdad un sector multimillonario. Parte de esa tributación ayuda al sistema de salud, pero está lejos de compensar sus impactos sociales.
En este momento hay más de 10 millones de cuentas activas en Colombia, solo contando las 15 plataformas autorizadas. El problema no es solo el volumen: es quiénes están detrás de esas cuentas. Cada vez se detectan más menores de edad apostando a través de accesos prestados o verificación laxa. Lo que debería ser una actividad reservada a adultos se ha convertido en un espacio sin controles reales.
El fútbol, el deporte más querido del país, terminó convertido en un tablero permanente de apuestas. Hoy, durante un partido, un joven ve más instrucciones para “apostar ya” que jugadas del VAR. Esta normalización convierte el juego en un acto cotidiano, casi inevitable, y lo presenta como una emoción “inofensiva” incluso para quienes no tienen la madurez financiera ni emocional para procesarlo.
La ludopatía no es un mal hábito ni un capricho. Es un trastorno con consecuencias profundas. Endroga a familias, genera ansiedad, afecta proyectos de vida y hunde a muchas personas en deudas de las que no logran salir. Aunque ya está reconocido como un problema de salud pública, las políticas de prevención siguen débiles y los tratamientos disponibles son insuficientes.
Actualmente las apuestas online pagan un IVA del 19%, pero esa obligación nació como una medida temporal que caduca el 31 de diciembre. Mientras tanto, los casinos físicos siempre han pagado IVA, creando un desequilibrio regulatorio difícil de justificar. La Ley de Financiamiento propone mantener ese 19% de manera definitiva; de no aprobarse, las plataformas en línea dejarían de pagarlo desde enero.
Colombia necesita decisiones claras: regular la publicidad, impedir el acceso de menores con controles reales, fortalecer la prevención y garantizar que lo que recauda el Estado financie programas efectivos para tratar la ludopatía y proteger la salud mental.
Apostar no es un delito. El problema surge cuando un país normaliza una práctica que, sin controles, puede convertirse en una adicción masiva. La pregunta es urgente: ¿estamos regulando un negocio o entregando a toda una generación a un hábito que puede destruir vidas?