
Sandra Ramírez, actual senadora de la República, es una de las figuras más representativas del proceso de paz en Colombia. Su historia, marcada por el conflicto armado y su posterior transición a la política, revela los matices de una vida dedicada a la lucha, primero en la insurgencia y luego en el Congreso.
Nacida en el municipio de La Paz, Santander, en el seno de una familia campesina, Ramírez creció con el anhelo de estudiar medicina. “Mi padre era el médico de la vereda”, recuerda con nostalgia. Sin embargo, las dificultades económicas truncaron su sueño.
A los 17 años, enfrentando un matrimonio impuesto y la imposibilidad de seguir estudiando, tomó una decisión que cambiaría su vida: unirse a las FARC. Su ingreso, asegura, fue totalmente voluntario. “Yo buscaba la guerrilla, no me reclutaron ni me obligaron”, afirma. Con determinación, pidió información a los campesinos de la zona hasta que logró contactar con un grupo guerrillero.
Dentro de las filas insurgentes, Ramírez encontró un nuevo propósito. Aunque inicialmente recibió formación militar, su verdadera vocación la llevó a convertirse en enfermera. “Atendía a los compañeros heridos, pero también a campesinos que llegaban a nuestros campamentos en busca de auxilio médico”, cuenta. Su papel fue clave en la atención de enfermedades como la Leishmaniosis, que afectaba a los niños de las zonas rurales.
Con el paso del tiempo, Ramírez fue asumiendo nuevas responsabilidades dentro de la guerrilla, aunque nunca llegó a ser comandante hasta los últimos años. Su cercanía con Manuel Marulanda, histórico líder de las FARC, la llevó a compartir con él 24 años de su vida. “Al principio no quería, no sentía que tenía la capacidad para estar a su lado, pero con el tiempo me trasladaron y terminé trabajando con él”, relata.
Desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016, Ramírez ha sido una de las voces más activas del partido Comunes, surgido tras la desmovilización de la guerrilla. Ahora, desde el Congreso, defiende la implementación de lo pactado y aboga por la reincorporación de sus excompañeros a la sociedad.
Pero su mensaje hoy es claro, sobre todo para las nuevas generaciones: “La guerra no es el camino”. Con la convicción de quien ha vivido de primera mano el conflicto armado, Ramírez insiste en que la única salida es el diálogo. “La violencia solo deja dolor, sufrimiento y atraso. La paz se construye con oportunidades, con educación, con acceso a derechos básicos para todos”, asegura.
Uno de sus principales objetivos como congresista es luchar para que la juventud rural tenga acceso a la educación, pues reconoce que la falta de oportunidades fue una de las razones que la llevaron a tomar las armas. “Si yo hubiera tenido la posibilidad de estudiar, de ser médica como soñaba, quizás mi historia habría sido distinta”, reflexiona.
Hoy, su lucha es otra: garantizar que las futuras generaciones no tengan que elegir entre la guerra o la pobreza. “Si queremos un país en paz, tenemos que apostarle a la educación, al desarrollo del campo y a la inclusión de todos los sectores de la sociedad”, concluye.
Su experiencia en el proceso de paz y la importancia del diálogo como herramienta de transformación social.
La historia de Sandra Ramírez es reflejo de un país que busca cerrar las heridas de la guerra. Excombatiente de las FARC y ahora senadora del partido Comunes, su vida es un testimonio de las dificultades y oportunidades que trae la paz.
Durante años, Ramírez fue parte del conflicto armado en Colombia. No estuvo en la primera línea de combate, pero sí vivió en carne propia las consecuencias de la guerra: bombardeos, enfrentamientos y la constante incertidumbre. Desde su rol en comunicaciones y como operadora de radio, fue testigo de los intentos fallidos de diálogo con distintos gobiernos, hasta que en 2012 se logró establecer una negociación con el expresidente Juan Manuel Santos.
“Firmar el acuerdo fue poner fin a la guerra y abrir la posibilidad de un país diferente”, afirma Ramírez. No ha sido un camino fácil, pues en el Congreso aún enfrenta rechazo por su pasado, pero defiende su derecho a participar en política como parte del compromiso adquirido en La Habana.
Hoy, su labor se centra en la educación, un tema que define como clave para evitar que las nuevas generaciones sean arrastradas al conflicto. Impulsa proyectos de educación rural y pública, buscando oportunidades para jóvenes que, como ella en su juventud, no encontraron otro camino.
A pesar de su historia, Ramírez no evade la responsabilidad por el daño causado en el conflicto. “Si hay que pedir perdón un millón de veces, lo haremos”, dice con convicción. Su mensaje es claro: la guerra no es la solución y el diálogo es el único camino para transformar el país.
El reto sigue siendo grande. Colombia aún enfrenta violencia en varias regiones, y la implementación del Acuerdo de Paz ha sido un proceso lento y complejo. Sin embargo, figuras como Sandra Ramírez representan el esfuerzo por hacer de la política un escenario de reconciliación, donde los errores del pasado se convierten en aprendizajes para construir una sociedad más justa y en paz.