
El cielo de Gaza no conoce el silencio desde hace meses. Cada amanecer es una apuesta por la vida, un ejercicio de resistencia en medio del caos, y cada noche se convierte en un ensayo de despedida. Las cifras se multiplican, las imágenes estremecen, pero en medio del ruido de las bombas y los discursos políticos, hay una población civil atrapada entre el miedo, la pérdida y la incertidumbre.
La Franja de Gaza, uno de los territorios más densamente poblados del mundo, se ha convertido nuevamente en el epicentro de una tragedia humanitaria que no cesa. Lo que comenzó como una nueva escalada en el eterno conflicto entre Israel y Hamás ha derivado en un escenario devastador, donde los hospitales colapsan, los niños lloran con los ojos secos y los sueños se entierran junto a los escombros.
La guerra interminable
Desde el pasado octubre, el conflicto ha recrudecido con una fuerza que no se veía desde la guerra de 2014. Israel ha intensificado sus operaciones terrestres y aéreas sobre Gaza, alegando la necesidad de desmantelar la infraestructura militar de Hamás, el grupo islamista que controla el enclave desde 2007. Sin embargo, los bombardeos indiscriminados sobre áreas densamente habitadas han causado una catástrofe humanitaria sin precedentes.
La ONU y otras organizaciones internacionales han advertido sobre posibles crímenes de guerra. Se estima que más del 70% de los muertos son civiles, incluyendo miles de niños. Escuelas, hospitales, mezquitas y edificios residenciales han sido blanco de los ataques, a pesar de estar identificados como zonas protegidas. Israel, por su parte, argumenta que Hamás usa a la población civil como escudo humano, y que su campaña es una respuesta legítima al lanzamiento constante de cohetes hacia su territorio.
Un cerco asfixiante
El bloqueo impuesto por Israel y Egipto a Gaza desde hace más de 15 años ha convertido al enclave en una prisión al aire libre. El acceso a alimentos, agua potable, energía eléctrica y medicinas es limitado. En el actual conflicto, las condiciones han empeorado drásticamente: los cruces fronterizos están cerrados, los hospitales funcionan con generadores que pronto se quedarán sin combustible, y la ayuda humanitaria llega a cuentagotas.
La situación ha llevado a una catástrofe alimentaria sin precedentes. Naciones Unidas advierte que el 80% de la población gazatí vive actualmente bajo inseguridad alimentaria severa. En muchos sectores, los niños han comenzado a padecer desnutrición aguda. En los mercados, los productos son escasos y los precios inalcanzables para una población empobrecida.
Voces que resisten
Entre los escombros, aún hay quien alza la voz. Médicos que trabajan día y noche en hospitales improvisados; mujeres que han perdido hijos, casas y hermanos, pero que siguen organizando comedores comunitarios; periodistas locales que arriesgan la vida para contar la verdad. También están los artistas que pintan murales entre las ruinas, los poetas que recitan versos de esperanza, y los niños que siguen dibujando soles en las paredes destruidas.
Gaza no es solo guerra. Es también música, cultura, historia milenaria. Es el sonido de una lengua que no se rinde y el abrazo de una comunidad que, pese a todo, sigue siendo familia. En medio de la desolación, la humanidad resiste.
La diplomacia que no llega
El mundo observa, algunos con preocupación, otros con indiferencia. La comunidad internacional ha exigido en múltiples ocasiones un alto al fuego inmediato, pero los intentos de mediación han fracasado. Las divisiones geopolíticas, los intereses cruzados y la falta de voluntad política han hecho imposible la implementación de un plan de paz duradero.
Estados Unidos ha mantenido su respaldo a Israel, aunque ha pedido contención. Irán, en cambio, ha intensificado su retórica contra Tel Aviv, avivando temores de una escalada regional. Egipto y Catar han intentado mediar, mientras que Europa se ha dividido entre la condena al terrorismo de Hamás y la crítica a la desproporción de la respuesta israelí.
Colombia y América Latina: entre la condena y la neutralidad
En América Latina, las reacciones han sido mixtas. Gobiernos como el de Colombia, Bolivia y Chile han condenado la respuesta militar israelí y exigido el cese inmediato de los ataques. Otros países han optado por una postura más cautelosa, llamando al diálogo y a la protección de la población civil.
Colombia, en particular, ha mantenido una línea crítica, recordando su apoyo histórico a la causa palestina y resaltando la necesidad de una solución de dos Estados. Desde la sociedad civil, las voces en redes sociales y los medios han sido contundentes: el dolor de Gaza también duele en este lado del mundo.
¿Qué sigue?
Hoy, Gaza está al borde del colapso total. Y la pregunta es incómoda: ¿hasta cuándo? ¿Cuántos niños más deben morir para que el mundo reaccione? ¿Cuántos hospitales deben derrumbarse, cuántos periodistas deben ser silenciados, cuántos hogares deben quedar en ruinas?
La paz, si alguna vez llega, no será solo un acuerdo entre gobiernos, sino una reconstrucción de vidas, memorias y dignidad. Gaza necesita más que ayuda humanitaria: necesita justicia, necesita futuro